La semana pasada me compré mis últimos zapatos de tacón. Probablemente eran unos de los más bonitos, pero tuve que cambiarlos a pesar de lo mucho que me gustaban. No entiendo por qué eran tan tan incómodos, parecía que en cualquier momento me iba a caer de morros contra el suelo y encima las tiras no servían para nada, hacían que el pie se deslizara hacia el fondo comprimiéndome los dedos. Me hacían parecer una brújula sin aguja, no estaban hechos para mí. Llegué a plantearme quedármelos para ponerlos solo del coche a la discoteca por lo mucho que me gustaban, aunque seguramente harían que mis pies reducieran su tamaño y que mi mala leche aumentase, lo que sin duda me hace reflexionar sobre un cuentecito que todos conocemos: La Cenicienta.
Uno de sus origenes relata que la moda en aquella epoca era tener un pie diminuto, de apenas 10 cm, mientras nuestra pequeña protagonista, al perder su zapato, demostró que cumplía ese ideal de belleza. Ahora bien, lo que no comprendo, es la locura de algunas mujeres por seguir la moda y me refiero en este caso a sus hermanas, que se cortaron los dedos de los pies para que les entrase el zapatito. Esto es algo un poco rocambolesco, solo de pensarlo me cambia el gesto de la cara, porque yo sí me hubiese quedado con esos zapatos ahora mismo estaría sufriendo por estar a la moda.